Papá, hoy no tengo ganas de ir al cole…
Querida Irene. Tengo cinco minutos para que te arrepientas de lo que acabas de decir y recuerdes esta historia cuando te asalten de nuevo las dudas. En algún lugar del mundo y de la historia un puñado de niños como tú se juega la vida diariamente para poder llegar a la escuela y recibir una educación infinitamente peor que la tuya. Puentes a punto de venirse a bajo, campos minados, acantilados desmembrándose, piquetes racistas, guerras que no son suyas… Una aventura de riesgo solo para poder sentarse en sus pupitres ¿No me crees? Mira. Las caras del odio
— ¿Por qué miran a esa niña con esas caras? ¿qué ha hecho? —Nada. Elizabeth Eckford era una niña de 15 años cuando los ‘mandamás’ de su país declararon ilegal la segregación racial en las escuelas. Sí hija, hasta hace bien poco los niños de color no podían ir al cole con los niños blancos porque sus padres no los consideraban iguales y ¡ellos querían!… ¡Fíjate que tontería! Hoy en tu clase hay niños de todos los países. El 4 de septiembre de 1957, cuando tu padre todavía no había nacido, Elizabeth y ocho compañeros de color se presentaron en la escuela Little Rock de Arkansas. Una de las zonas más racistas y con más odio de aquel país. Una muchedumbre babeante e iracunda les insultó y gritó, impidiendo su entrada en el colegio durante ese día y sucesivos. Solo porque no les gustaba el color de su piel. Ni la mediación del presidente Eisenhower logró calmar los ánimos y todas las escuelas del Estado cerraron durante un año para evitar incidentes y hacer una transición más sosegada. Más tarde Elizabeth llegó a la universidad y acabó siendo profesora en el mismo colegío que un día le impidió el acceso. ¿Recuerdas que todas las películas tienen moraleja? Pues la de esta peli, real como la vida misma, da un escarmiento magistral a los cobardes que odian solo por el color de las personas. —¿Qué tontería verdad?.
Tirolina Nepalí
—Mira como van esas niñas al colegio —¡Qué chulo, yo quiero! —Ahora fíjate cómo van sentadas, donde llevan las manos, las chanclas… Más de 12 millones de nepalíes viven en las inmediaciones del Himalaya. La zona con más montañas y más altas cumbres de todo el planeta. No hay casi carreteras, ni autopistas, ni paradas de autobús. Un territorio seccionado por mil valles y otros tantos ríos acaudalados que impiden el normal tránsito entre pueblos y aldeas. Los niños usan puentes artesanales hechos con tablones, cuerdas y poleas improvisadas, como las yincanas de aventura que tanto te gustan pero sin arneses ni doble sujección de seguridad. Durante décadas, esa falta de seguridad, ha causado infinidad de accidentes a muchos niños como tú que se levantan de madrugada solo para poder llegar a tiempo al colegio. Afortunadamente varias ONGs se encargan hoy de construir puentes y góndolas seguras para mitigar la siniestralidad. Esos niños se morirían de ganas por poder ir como nosotros en coche y calentitos al colegio.
Nadar y guardar la ropa
Hoy tienes natación y quizás por eso has torcido el gesto al levantarte. Mira a estos niños. No saben lo que es una piscina pero se bañan todos los dias para ir al colegio. Tienen que cruzar un caudaloso río para llegar a la escuela. Y lo hacen a diario. Haga frío o calor. Hồ Khong, un niño com tú de la escuela primaria Hung, en el distrito de Minh Hoa, en Vietnam; nos lo cuenta: “La profundidad es de unos 20 metros y la corriente es grande, a veces asusta. Pero como queremos ir a la escuela para aprender para tener un trabajo profesional y con ello un futuro mejor, corremos el riesgo de cruzar a nado el río.” Para ello llevan unas grandes bolsas de plástico donde meten sus ropas y libros. Nada de estupendas mochilas de Barbie impermeables y con ruedas. Las inflan para fabricar su flotador-guía y cruzan diariamente los 15 metros de río. En temporada de lluvias faltan hasta un mes al colegio. El caudal crece demasiado y sería peligrosísimo intentarlo. Se los llevaría la corriente para siempre.
Campos minados
—¿Qué significa ese cartel, papá? —Peligro. Bombas enterradas. La guerra civil (esa guerra entre hermanos de un mismo país que termina siempre destruyéndolo) terminó en Angola en 2002, pero su fantasma sigue enterrado por todo el territorio en forma de minas y artefactos bélicos. Esas bombas que ponen bajo tierra los mayores para que los niños las pisen sin querer mientras juegan o caminan hacia el colegio. Miles de hectáreas de tierra virgen y rica permanecen improductivas por esas ‘semillas explosivas’. Son muy difíciles de destruir porque están muy bien escondidas e interfieren siempre en la vida de los más débiles, niñas como la de la foto, o como tú. A pesar de las ratas antiminas que utilizan para desactivarlas, 80.000 accidentes en 20 años convierten el camino a la escuela en una aventura a vida, muerte o condena a llevar muletas de madera el resto de su existencia. Todo por aprender a ser mejor persona y evitar repetir el legado de los que se dicen llamar sus maestros. —¡Qué miedo!.
La yincana china
Imagina que para ir a trabajar tienes que hacer 200 km andando y cruzando barrancos de 500 metros de altura, agarrado a las rocas y sobre ríos congelados. Imagina que tardas dos días en llegar, vadeando cuatro ríos, cruzando puentes desvencijados y angostos caminos de tan solo unos centímetros de anchura sobre las punzantes rocas. Imagina ahora que no eres Tintín o un superhéroe de ClanTv sino una niña como tú que solo quiere ir a aprender al colegio… Aproximadamente unos 80 niños se juegan la vida diariamente y eligen el riesgo del atajo por las paredes verticales de Pili, un pueblo del norte de la región china de Xinjiang Uygur. Un espectáculo que bien parece un concurso televisivo infantil de pruebas físicas para ganar un viaje a Euro Disney. Pero es real.
¡Viva la Guagua!
—¿Esos son niños de un circo, papá? —No. Cinturones abrochados, elevadores de seguridad según normativa europea, sillitas reglamentarias, capazos con arneses… Todo eso que repasamos en cada viaje al colegio es un cuento chino para estos niños. En Pematangsiantar, Indonesia (foto superior) o en Baghpat, India (foto inferior) nadie entiende ese vocabulario. Se alquilan al hacinamiento en vehículos de tracción variable a cambio de llegar a tiempo a la escuela. Puede parecer divertido pero… ¿Te imaginas qué pasaría si el conductor da un frenazo brusco porque se le cruza un perro en su camino? —No quiero saberlo.
El puente (roto) sobre el río Ciberang
—¡Papá, se van a caer! —Afortunadamente no pasó nada, hija. Hubo un temporal que estropeó el puente, pero esos niños decidieron que no podían dejar de ir a la escuela por tonterías. 17 de enero de 2012. Las lluvias torrenciales arrastran todo tipo de maleza sobre el crecido río Ciberang, a su paso por la aldea Sanghiang Tanjung, en la provincia Indonesia de Bateng. La fuerza de la corriente golpea y daña los pilares del puente comunal (construido en 2001) que une el pueblo con el suburbio de la escuela. El paso queda muy dañado pero no impide que desde ese día los niños lo sigan cruzando a duras penas para ahorrarse 30 minutos de rodeo. Un fotógrafo de reuters estaba allí para contarlo.
Esta no es mi guerra
—Papá ¿Por qué los policías se protegen con un escudo y esa niña no? —Es muy valiente. 16 de marzo 2010. Una niña de tu misma edad pasa indolente sorteando las piedras lanzadas por sus hermanos palestinos contra militares israelíes en su camino diario a la escuela en el campamento de refugiados de Shuafat en la Ribera Occidental, cerca de Jerusalén. A ella parece no importarle la guerra que libran sus hermanos. Solo quiere llegar al cole para enseñar sus tareas. ¿Parece valiente, verdad? El conflicto Palestino-Israelí ha convertido esa rutina infantil en un largo y tortuoso camino lleno de obstáculos para los hijos de esa eterna guerra.
En busca de la escuela por el río helado
—¿Dónde van esos niños si no hay casas por ninguna parte? —A un internado, a varios días de camino Zanskar, India, Himalaya. Un pequeño pueblo en el paraíso montañoso. Implacable en invierno. 40 grados bajo cero. Todos los años, en el trimestre más frío, un grupo de niños acompañados de sus padres atraviesan tres valles para llegar al internado de Leh, antigua capital del reino de Ladakh y donde pasarán el resto del año. No hay carreteras, no hay caminos. Lo hacen por el único sitio posible. El río Zanskar helado. La caminata dura varios días, con noches al abrigo de las cuevas heladas de la ladera. Todos los años muere algún turista intentando imitar el trayecto de los niños de Zanskar, más instruidos en las dobleces y grietas del traicionero hielo…
—¿Sigues teniendo pereza para ir al colegio hoy?
—No.
—Arréglate y nos marchamos…