"Quién recibe una idea de mí, recibe instrucción sin disminuir la mía; igual que quién enciende su vela con la mía, recibe luz sin que yo quede a oscuras"
—Thomas Jefferson
20 sept 2010

Para Reflexionar

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James Lovelock: "La vida sobrevivirá al cambio climático; la humanidad, no sé"


James Lovelock parece mirar la Tierra desde muy lejos. Asegura que los efectos del cambio climático pueden ser catastróficos para la humanidad, pero confía en que el planeta sabrá recuperarse. Eso sí, con cambios radicales para la vida humana. Hay poco que hacer, según el científico: no hay tecnologías milagrosas y las energías alternativas son «una estafa». Habrá que esperar que Gaia -así llama él a la Tierra- absorba el golpe y que la humanidad (si sobrevive) actúe de manera más acorde con los mecanismos de funcionamiento del planeta. Lovelock pronunciará una conferencia hoy en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, invitado por el Museu de Ciències Naturals.

  James Lovelock, en el Palau de la Virreina, en Barcelona, ayer.
James Lovelock, en el Palau de la Virreina, en Barcelona, ayer. ALBERT BERTRAN


-¿Recuerda su proceso de enamoramiento de la ciencia?
-Mi padre creció en el campo, sabía mucho de animales y era un excelente compañero de excursiones. Pero ni él ni mi madre tenían respuestas para todas las preguntas que les hacía. Así, a los 4 años decidí que trataría de contestarlas por mí mismo.
-¿Cuándo intuyó la teoría de Gaia?
-Ocurrió en un instante. Estaba en un despacho de la NASA. Allí estudiaba cómo detectar vida en Marte. Mi idea era que solo podía haber vida si había gases en reacción. Mientras discutía este asunto, entró un astrónomo con una montaña de papeles. Era el análisis infrarrojo de la atmósfera de Marte y Venus. Me dijo que era inerte, había casi solo CO2: no podía haber vida allí.
-¿Y qué tiene que ver todo esto con la Tierra?
-Enseguida pensé en la extraordinaria atmósfera de la Tierra: gas natural mezclado con oxígeno. Si las proporciones fueran distintas, sería una mezcla explosiva. Sin embargo, se mantiene siempre la concentración justa: debe haber algo que la regula. Como la vida produce estos gases, debe ser la vida la que lo hace. Es más: hoy el Sol es el 30% más caliente que cuando la Tierra nació, pero el planeta no se ha calentado. He aquí otra función de la vida: fijar la temperatura adecuada para mantenerse. Para regular la temperatura hay que regular la atmósfera. Lo estamos descubriendo con el cambio climático: hemos introducido una pizca de CO2 en la atmósfera y ya nos estamos calentando.
-¿En qué momento decidió ser un investigador independiente?
-A los 40 años. Tenía un trabajo ideal de investigador, pero me veía abocado a la rutina hasta la muerte. Entonces, me llegó una carta de la NASA. Me ofrecía colaborar en sus misiones. Como lector de ciencia ficción, no podía rechazarlo. Pero entré como consultor, no como empleado. Así me convertí en freelance. Me considero un científico al viejo estilo. En el siglo XIX, los investigadores se autofinanciaban. La ciencia era una vocación, como lo es para mí. Al contrario, creo que el 99% de los científicos de hoy viven su trabajo como una carrera profesional.

-¿Adónde nos lleva el calentamiento global?
-El calentamiento es una realidad: el núcleo de las pruebas científicas es sólido. Sin embargo, el nivel del mar crece mucho más rápido de lo previsto por los estudios. Respecto a la superficie, podemos esperarnos que suba hasta 5 grados, pero no sabemos si será en un plazo de 30 años o en centenares. Hace 17.000 años, la Tierra cambió un poco su posición, pero la subida de temperatura ocasionada por este hecho se produjo al cabo de 500 años, con muchas oscilaciones de por medio. En todo caso, si ponemos un millón de millones de toneladas de gases en la atmósfera, como seguramente haremos dentro de 10 o 20 años, no podemos evitar que haya consecuencias.
-¿Qué podemos hacer?
-En primer lugar, intentar sobrevivir. Los humanos somos los únicos animales sociales e inteligentes. Podemos hacer cosas como ver la Tierra desde el espacio. Si nos integráramos en los mecanismos de funcionamiento de Gaia, como casi todas las especies, podríamos hacer de la Tierra un planeta inteligente. En segundo lugar, dejemos de sentirnos culpables. Los empresarios de la revolución industrial no querían destruir la Tierra: solo ganar más dinero. Los primeros organismos en hacer la fotosíntesis inundaron el planeta de oxígeno, que entonces era un veneno. Pero la Tierra se adaptó y ahora es un gas básico para la vida.
-¿Cómo podemos «integrarnos en Gaia»?
-No lo sabemos. Quizá como pasa con las hormigas, la selección natural hará su función y favorecerá los nidos mejor organizados: nuestros nidos son las ciudades. La vida sobrevivirá al cambio climático, pero no sé si también lo hará la humanidad. Es posible que no, y que otros organismos tomen la escena del planeta.
-¿Nos ayudarán el desarrollo sostenible y las nuevas tecnologías?
-La geoingeniería [grandes dispositivos o modificaciones del ecosistema para absorber CO2] es una opción. Pero es como la cirugía en el siglo XIX: podría servir de algo, o podría ser peor que el mal que pretende curar. La energía eólica y la solar son una estafa. En ciertos casos, por ejemplo Alemania, pueden producir más CO2 que las energías convencionales.
-Los científicos están buscando la vida en otros planetas: ¿es el espacio una vía de salida?
-Es probable que el universo esté lleno de vida sencilla, como las bacterias. Cuando la vida se apodera de un planeta, lo modifica para permanecer. Sin embargo, plantearse convertir Marte en una segunda casa es una idea loca e insolente. Si dejáramos la Tierra en paz, se cuidaría por sí sola y se mantendría confortable para nosotros, pero ¿por qué deberíamos abandonarla? No tiene sentido hacerlo.
http://www.elperiodico.com/es/noticias/ciencia-y-tecnologia/20100914/james-lovelock-vida-sobrevivira-cambio-climatico-humanidad/478035.shtml

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23 abr 2010

Me caí del mundo y no sé cómo se entra ...

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Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco…
No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar…
Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales. ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando-los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.
¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!  
¡Es más! 
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.
¡¡Nos están fastidiando!! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.  

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de  los tenis Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros? Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.   

El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!  
¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). 

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De ‘por ahí’ vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el ‘guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo’, pasarse al ‘compre y bote que ya se viene el modelo nuevo’. Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado. Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.
Mi cabeza no resiste tanto. 

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. 
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no.
Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo. Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no... Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardarnos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa ge.nte que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos... ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitamos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette  -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del comed-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.  

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡ Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!  
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía ‘éste es un 4 de bastos’. 
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa. 
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así corno hoy las nuevas generaciones deciden ‘matarlos’ apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡ni a Walt Disney!!!
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: ‘Cóm.ase el helado y después tire la copita’, nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡ ¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella. 
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡ ¡Ah!!! ¡¡ ¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables. 
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la ‘bruja’ corno parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la ‘bruja’ me gane de mano y sea yo el entregado.
Eduardo Galeano, periodista y escritor Uruguayo
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